23.10.09

19.10.09

Es una cama pequeña, así que una sola persona es suficiente para ocupar casi todo el colchón.
Hace unos días me tumbaba en la cama, estiraba los brazos, daba unas cuantas vueltas y al cabo de unos minutos me dormía.
Estos últimos tres días he compartido mi pequeña cama con ella. Como era un lugar estrecho no podía estirar mucho los brazos ni dar muchas vueltas como hago normalmente. La verdad, lo prefiero así. Prefiero sentir su respiración en mi nuca. Prefiero quedarme dormido oliendo su pelo.
Ahora ya no está, la cama vuelve a ser solo para mí. Aún así cuando me duermo me quedo pegado al filo del colchón, respetando el espacio en el que ella dormía, como si todavía estuviese allí.
Echo de menos entrar a la habitación cogido de su mano o salir del baño y verla en la cama tapadita y con cara de sueño.
Cuando se fue dejó abierto el armario en el que temporalmente había dejado su ropa.
No sé por qué, pero todavía no lo he cerrado.

8.10.09

Mi habitación de la residencia de estudiantes tiene dos ventanas, y las dos dan al mismo sitio. Un patio interior de paredes ocres al que dan las puertas y ventanas de las otras habitaciones y con algunas macetas pegadas a la pared para hacer más acogedor el espacio. El problema es que entra muy poca luz. Al señor Sol le tienen prohibida la entrada a este local.
Por la mañana parece que es por la tarde y por la tarde no eres capaz de distinguir si está nublado o luce un sol espléndido.
En mi casa de Almería estoy acostumbrado a que la luz del sol se pasee por ella plácidamente.
En la residencia, sin embargo, hay que tener encendidos los tubos alógenos que dan esa luz azulada tan poco cálida.
Aquí, en San Carlos, si quieres que el señor Sol te visite todas las mañanas tienes que pagar más.
No se alarmen, él no tiene la culpa.

27.9.09


El Roto, El País 25.09.09

25.9.09


A unos diez minutos de mi casa, casi al final de La Rambla hay un viejo caserón medio en ruinas.
Cuando era más pequeño y pasaba en el coche junto aquella casa mi imaginación empezaba a volar.
Tan solo un par de segundos pegado al a ventanilla del coche me bastaban.
Imaginaba como seria aquella casa en su época. Sin paredes desconchadas y sin muros derruidos. Una casa llena de vida, con un carruaje en la puerta y un viejo jardinero cuidando del vasto laberinto de setos.
Imaginaba que en esa casa vivió una importante familia aristocrática inglesa.
Cuando pasaba cerca del caserón veía asomada a la ventana a la señorita Rachel, la hija de Franklin y Drusilla Blake. Tenía la mirada triste, porque echaba de menos a su prometido, que se había enrrolado en la tripulación de un barco con destino a la India.
En la puerta estaba el señor Franklin hablando con su mujer sobre los preparativos para la fiesta que iba a acontecer en dos días. Mientras discutían, los criados entraban y salían por la puerta de la cocina transportando grandes cantidades de comida. La señora Ablewhite, el ama de llaves, se ocupaba de que todo saliera según lo previsto.
Era una casa que evocaba historias misteriosas, terroríficas, románticas…Hacia volar tu imaginación.
Unos años más tarde, hablando con un amigo me enteré de que a esa casa iban los yonkis a pincharse.
Aún asi, pensaba que por dentro, la casa permanecía intacta, los mismos muebles de época victoriana, los juguetes en la habitación del hijo pequeño, la ropa en los armarios y la comida en los platos, todo ello cubierto por una capa de polvo y por telarañas.

24.9.09



"Nos ocupamos del mar
y tenemos dividida la tarea
ella cuida de las olas
yo vigilo la marea
Es cansado, por eso al llegar la noche
ella descansa a mi lado
mis ojos en su costado".

17.9.09

¡Joder Pablo, estoy hasta los huevos de llevar tu regalo!
Con esto se destapaba la sorpresa que daba origen al café de aquella tarde.
Según Juanfra, lo que iba en esa bolsa de Zara explicaría muchas cosas.
Después de dar varias vueltas por Almería llegamos a la “calle de los recuerdos”.
Sentados en unas escaleras esperamos a que una de las culpables de todo aquello apareciera. Cuando por fin lo hizo, Juanfra no aguantó más y me dio la bolsa con el regalo envuelto en papel pinocho.
Es difícil abrir un regalo envuelto en papel pinocho.
-¿Esto qué es? ¿Un puzzle?-pensé.
No, no era un puzzle, mejor aún, se trataba del nuevo disco de fito&fitipaldis, y no solo eso, era la edición especial, con libritos y dvds incluido. Me sentía como un niño con zapatos nuevos.
Tuve que esperar bastante para escucharlo, no lo olvidemos, habíamos quedado para tomar café. Pero bendita la espera, ¡cómo disfruté!… muchos descubrieron la C oculta que hay en el logo de Carrefour, hubo tensiones, enamoramientos inesperados, azúcar para calmar los nervios…en fin, todo un espectáculo.
Cuando finalmente llegué a mi casa no quise esperar más y puse el disco directamente en la pista dos, la uno ya estaba muy trillada de semanas anteriores.
Joder, que bien sienta escuchar música.
Me deleité con la potencia de la batería, los solos de saxo y la fuerte presencia de las guitarras.
Era curioso, un disco nuevo que recordaba a otros más antiguos en una etapa nueva de mi vida.
Mientras lo escuchaba pensé que era inevitable que cada canción me recordara a ella. Cuando dentro de unos años lo vuelva a poner seguramente volveré a pensar en su sonrisa, para bien o para mal.
Puede que no sea el mejor disco de Fito, pero es el único que ha marcado una etapa de mi vida. En él, aparte de diez canciones se grabaron muchos recuerdos.
Tengo suerte de tener unos zapatos convencionales.

8.9.09

-Uff, que sueño tengo-le dijo ella.
El simplemente le sonrió, miró al cielo y silbó una extraña melodía.
Ella levantó la vista y pudo ver como una cama atravesaba las nubes y se posaba con suavidad sobre la acera.
Miró atónita las sábanas azules con estrellas que cubrían el colchón. Tardó un par de segundos en reaccionar, entonces sonrió y le besó.
Le hizo un gesto para que subiera, ella le hizo caso, apoyó la espalda en el cabecero y se tapó con las sábanas. Aquella noche hacía frio. El subió también, dio un par de golpes en el colchón y la cama poco a poco se fue despegando del suelo.
Miró asustada hacia abajo, las casas cada vez eran más pequeñas, hasta que llegó un momento en el que no se veía nada, solo montones y montones de nubes. El la abrazó para tranquilizarla y le pidió a la cama que bajara un poco.
Las nubes se fueron disipando y se pudo ver toda la ciudad iluminada. Era maravilloso.
Le gustaba mirar las estrellas. Aquel cielo infinito tenía algo que lo hipnotizaba.
Quería compartir con ella aquella maravilla. Con entusiasmo le enseñó una por una todas las constelaciones. Ella asentía alegremente.
-Mira, esa es la Osa mayor.
La miró con dulzura. Se había dormido, pero todavía sonreía.
Le dio un beso de buenas noches y cerró los ojos.

3.9.09

Septiembre es un mes extraño. Con solo decir esa palabra te vienen a la cabeza montañas de apuntes y fechas grabadas a fuego en el calendario.
Tardes de playa sin las aglomeraciones de julio, noches de juerga para despedir a un amigo que se va y mas noches de juerga para recibir a un amigo que vuelve.
Es un mes de contrastes. Un día te encierras en tu casa y estudias hasta más no poder y al siguiente sales con tus amigos al cine y te desquitas del día anterior.
Acabas harto de tantas hojas amontonadas en tu cama, de tantos papeles con párrafos resaltados en fosforito, de montones interminables de apuntes para memorizar… todo se vuelve monóno, gris… hasta que un día conoces a alguien especial, entonces aquel montón de apuntes que parecía un rascacielos ahora casi no lo ves.
Es un mes odiado y amado al mismo tiempo.

Septiembre es el mes agridulce.

1.9.09

Puse el despertador a las nueve y media.
Mi cuerpo no estaba dispuesto a madrugar, pero al final tuve que levantarme, tenía que estudiar. Eran las diez y media
Cuando puse los pies en el suelo me noté raro, no era como todas las mañanas. Notaba mi cuerpo excesivamente cansado.
Me puse el termómetro: 37.50
Efectivamente, tenía fiebre. Me tomé un termalgin y me puse a estudiar. Poco a poco la pastilla fue haciendo su efecto y pude pensar con más claridad.
Espero que esto no sea la gripe A-me dije-Con la suerte que tengo…ponerme malo
en uno de los mejores momentos de este verano (si obviamos los exámenes de septiembre).
Con esta idea en la cabeza, aproveché unos de esos momentos de descanso que tengo entre hora y hora de estudio y me informé sobre los síntomas de la gripe A.
Fiebre alta, mucosidad, dolores de cabeza, pérdida del apetito…En mi caso solo se cumplía uno, así que, por ahora no tenía nada que temer. Respiré aliviado y continué con mis estudios.
Mientras estudiaba empecé a imaginarme como sería mi situación ingresado en un hospital con riesgo de muerte por ese maldito virus. Realmente yo sabía que con mis 37.50 º era muy difícil que hubiera cogido ese virus tan famoso y a la vez tan odiado.
Pero nos gusta tener una sensación de falso peligro. Por eso nos subimos en las montañas rusas. Creemos que nos puede pasar algo, que corremos peligro, pero en el fondo sabemos que es prácticamente imposible que ocurra una desgracia.
En ocasiones, cuando era pequeño, iba por la calle y me imaginaba que una de las personas que iban detrás de mí me estaba siguiendo. Realmente sabía que no era así, pero me gustaba tener esa sensación.
Por lo menos hace tu vida mas emocionante, aunque sea momentáneamente.
Después de esta reflexión, que en mi cabeza duró menos de un minuto, seguí estudiando, aunque a los pocos segundos mi mente volvió a estar ocupada con otra cosa…Como siempre….

30.8.09

Fue como en los sueños que tantas veces se han repetido una y otra vez en mi cabeza. Las mismas sensaciones, el mismo cosquilleo por el estómago ...todo igual pero multiplicado por mil. Esta vez ha sido real y seguro que no cae en el olvido como esos sueños que me dejaban la miel en los labios para luego escuchar la voz de mi madre diciendo:
-Pablo, vamos, que son las 7 y media.

28.8.09

Son cosas que pasan un instante por mi cabeza y luego desaparecen.
Ayer estuve en la feria, venia cenado de casa, pero me entró hambre.
Paramos en un puestecito de Kebabs para saciar nuestro apetito, nos compramos uno cada uno y nos fuimos a una mesa para disfrutar de nuestro manjar.
Mientras le daba un buen mordisco pensé, no se…el kebab está rico, mola, porque tiene ese aliciente de ser comida “exótica”, pero tiene un fallo y es que siempre, cuando te lo estás acabando el kebab empieza a desmoronarse por todos lados, primero, y poco a poco, se va desenrollando la masa, esto lleva consigo que la mayor parte de los ingredientes vayan cayendo de forma continua. Lo mejor llega cuando el kebab se te empieza a abrir por abajo convirtiéndose en un surtidor de salsa de yogur que acaba manchándote toda la ropa. Porque claro, si quieres comértelo entero tienes que quitar el papel de aluminio que protege tus pantalones. En realidad hay dos opciones:
Quitas el papel de aluminio con el consiguiente “chorreo” de salsa, o bien te comes el kebab con papel incluido, que tiene mucho hierro.
De todas maneras supongo que seguramente habrá alguien que se coma el kebab con una maestría inimaginable, pero a mí siempre me pasa lo mismo, cuando llega a ese momento en el que la carne y la lechuga empiezan a caer por todos lados y la salsa de yogur mancha mis
pantalones acabo desistiendo, tirando con desesperación el kebab en la papelera.

Luego la noche mejoró mucho, donde va a parar, sobre todo al final.