Son cosas que pasan un instante por mi cabeza y luego desaparecen.
Ayer estuve en la feria, venia cenado de casa, pero me entró hambre.
Paramos en un puestecito de Kebabs para saciar nuestro apetito, nos compramos uno cada uno y nos fuimos a una mesa para disfrutar de nuestro manjar.
Mientras le daba un buen mordisco pensé, no se…el kebab está rico, mola, porque tiene ese aliciente de ser comida “exótica”, pero tiene un fallo y es que siempre, cuando te lo estás acabando el kebab empieza a desmoronarse por todos lados, primero, y poco a poco, se va desenrollando la masa, esto lleva consigo que la mayor parte de los ingredientes vayan cayendo de forma continua. Lo mejor llega cuando el kebab se te empieza a abrir por abajo convirtiéndose en un surtidor de salsa de yogur que acaba manchándote toda la ropa. Porque claro, si quieres comértelo entero tienes que quitar el papel de aluminio que protege tus pantalones. En realidad hay dos opciones:
Quitas el papel de aluminio con el consiguiente “chorreo” de salsa, o bien te comes el kebab con papel incluido, que tiene mucho hierro.
De todas maneras supongo que seguramente habrá alguien que se coma el kebab con una maestría inimaginable, pero a mí siempre me pasa lo mismo, cuando llega a ese momento en el que la carne y la lechuga empiezan a caer por todos lados y la salsa de yogur mancha mis
pantalones acabo desistiendo, tirando con desesperación el kebab en la papelera.
Luego la noche mejoró mucho, donde va a parar, sobre todo al final.
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