8.9.09

-Uff, que sueño tengo-le dijo ella.
El simplemente le sonrió, miró al cielo y silbó una extraña melodía.
Ella levantó la vista y pudo ver como una cama atravesaba las nubes y se posaba con suavidad sobre la acera.
Miró atónita las sábanas azules con estrellas que cubrían el colchón. Tardó un par de segundos en reaccionar, entonces sonrió y le besó.
Le hizo un gesto para que subiera, ella le hizo caso, apoyó la espalda en el cabecero y se tapó con las sábanas. Aquella noche hacía frio. El subió también, dio un par de golpes en el colchón y la cama poco a poco se fue despegando del suelo.
Miró asustada hacia abajo, las casas cada vez eran más pequeñas, hasta que llegó un momento en el que no se veía nada, solo montones y montones de nubes. El la abrazó para tranquilizarla y le pidió a la cama que bajara un poco.
Las nubes se fueron disipando y se pudo ver toda la ciudad iluminada. Era maravilloso.
Le gustaba mirar las estrellas. Aquel cielo infinito tenía algo que lo hipnotizaba.
Quería compartir con ella aquella maravilla. Con entusiasmo le enseñó una por una todas las constelaciones. Ella asentía alegremente.
-Mira, esa es la Osa mayor.
La miró con dulzura. Se había dormido, pero todavía sonreía.
Le dio un beso de buenas noches y cerró los ojos.