5.2.10

El poder de la observación.


Stanley Hopkins sacó de un bolsillo un paquetito envuelto en papel. Lo desenvolvió y mostró unas gafas de oro, con dos cabos rotos de cordón de seda negra colgando de los extremos de las patillas.
- Willoughby Smith tenía una vista excelente-añadió-. No cabe la menor duda de que esto se lo arrebató de su propio rostro al asesino.
Sherlock Holmes tomó las gafas en la mano y las exámino con la máxima intención e interés. Se las colocó en la nariz, intentó leer a través de ellas, fue a la ventana y miró a la calle con ellas, las examinó minuciosamente a la luz de la lámpara y, por último, soltando una risita, se sentó en la mesa y escribió unas cuantas líneas en una hoja de papel, que lanzó a Stanley Hopkins.
- No puedo hacer nada más por usted -dijo-. Quizás resulte de alguna utilidad.
El asombrado inspector leyó la nota en voz alta. Decía lo siguiente:
Se busca mujer de buenos modales, ataviada como una dama. De nariz bastante gruesa y ojos muy juntos. Tiene la frente arrugada, expresión de miope y, probablemente, cargada de espaldas. Hay indicios de que ha recurrido a un óptico por los menos dos veces durante los últimos meses. Dado que sus gafas son de considerable graduación y los ópticos no son muy numerosos, no debería resultar difícil localizarla.

Holmes sonrió ante el asombro de Hopkins, que también debía verse reflejado en mi rostro.
- Creo que mis deducciones son la sencillez misma -dijo-. Sería difícil mencionar otro objeto que se preste mejor a las deducciones que un par de gafas, sobre todo un par de gafas tan particular como este. Que pertenece a una mujer se deduce de su delicadeza y también, por supuesto, de las últimas palabras del moribundo*. En cuanto a lo de que se trata de una persona refinada y bien vestida, dense cuenta de que la montura es espléndida, de oro macizo, y es inconcebible que alguien que lleve tales gafas pueda ser desaseada en otros aspectos. Comprobará que el puente es muy ancho para su nariz, lo cual demuestra que la nariz de la dama en cuestión era muy ancha en la base. Esa clase de nariz suele ser corta y vulgar, pero existe excepciones lo bastantes numerosas como para impedir que me ponga dogmático e insista en este aspecto de mis descripción. Mi cara es estrecha, y aun así no consigo que mis ojos coincidan con el centro de los cristales ni de lejos. Por consiguiente, esta mujer tiene los ojos muy juntos, pegados a la nariz. Dese cuenta, Watson, de que los cristales son muy cóncavos y de graduación poco corriente. Una mujer que haya padecido toda su vida tan graves limitaciones visuales seguro que tendrá las características físicas que se observan en la frente, los párpados y los hombros de las personas con semejante visión.
- Si -dije yo-, puedo seguir todos sus razonamientos. Sin embargo, confieso que soy incapaz de entender de dónde saca lo de las dos visitas al óptico.
Holmes tomó las gafas en su mano.
- Dese cuenta -dijo- de que el puente está forrado con diminutas tiras de corcho para suavizar la presión sobre la nariz. Una de ellas está descolorida y algo gastada, pero la otra está nueva. Es evidente que una tira se desprendió y ha sido reemplazada. Calculo que la mas vieja de las dos no lleva allí más que unos pocos meses. Son exactamente iguales, de modo que deduzco que la señora volvió al mismo establecimiento a que le pusieran la segunda.
- ¡Diantre, es maravilloso! -exclamó Hopkins, extasiado de admiración-. ¡Pensar que he tenido todas esas evidencias en mi mano y no supe verlas! Sin embargo, tenía la intención de recorrerme todas las ópticas de Londes.

* "El profesor...fue ella"

Los quevedos de oro.
El regreso de Sherlock Holmes.
Arthur Conan Doyle.