Me encontraba ante la berja, pero no podia entrar porque el camino estaba cerrado. Entonces, como todos los que sueñan me sentí poseida de un poder sobrenatural y atravesé como un espíritu la puerta que se alzaba ante mi.
El camino iba serpenteando torcido y tortuoso como siempre, pero a medida que avanzaba me di cuenta del cambio que se habia operado. La naturaleza habia vuelto a lo que fue suyo y poco a poco se había posesionado del camino como tenaces dedos.
El pobre hilillo que habia sido nuestro camino avanzaba. Y finalmente, allí estaba Manderley.
Manderley, reservado y silencioso. El tiempo no habia podido desfigurar la perfecta simetria de sus muros.
La luz de la luna puede jugar con la imaginación.
Pronto me pareció ver luz en las ventanas, pero una nube cubrió de repente la luna, y se detubo un instante, como una mano sombria escondiendo un rostro. La ilusión se fue con ella, las luces de las ventanas se extinguieron.
Veia un caserón desolado sin que el menor murmullo del pasado rozara sus imponentes muros.
Nunca podremos volver a Manderley. Esto es seguro. Pero algunas veces, en mis sueños vuelvo alli, a los extraños dias de mi vida, que para mi empezaron en el sur de Francia.
Rebecca.
Alfred Hitchcock. 1940
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